domingo, 15 de febrero de 2009

¿Puede este niño matar a un toro?

POR, PABLO ORDAZ


Sólo tiene once años. Se enfrenta a animales que pesan hasta cinco veces más que él. El pasado enero se encerró con seis novillos en la mexicana plaza de toros de Mérida. Y triunfó. Pero Michelito ha entrado en el ojo del huracán de la polémica.

El toro se derrumba a sus pies, ya casi muerto, y Michelito se echa a llorar, desconsoladamente, con las lágrimas grandes de los niños pequeños. La plaza, apenas iluminada por dos focos sin lustre, es un ir y venir de sombras. Un camarógrafo francés, que lleva varios días siguiendo las andanzas del niño torero por el Yucatán mexicano, se acerca al burladero y trata de filmar el sofocón del chaval de 11 años. Michel Lagravère, matador de toros francés, se coloca hábilmente entre la cámara y su hijo, que sigue llorando sin consuelo, la cara roja, manchado ya de tierra y de sangre su traje de luces rosa y oro.

-¿Tú qué quieres ser de mayor?
-Figura del toreo, señor.

-Pero, habiendo empezado tan pronto, ¿no te cansarás de torear?
-Eso habrá que preguntárselo al tiempo.

Ya han pasado 24 horas desde la llantina espontánea, tal vez provocada por el cansancio. Michelito se pasea ahora descalzo y tranquilo por la cocina de su casa, contestando a la enésima entrevista radiofónica. La hazaña de matar a seis novillos en la plaza de Mérida y otros dos al día siguiente en la de Valladolid ha provocado un interés mediático inusitado. El teléfono de la casa familiar no deja de sonar. La mayoría de las llamadas corresponde a periodistas de Latinoamérica y de España, pero también telefonean empresarios taurinos que quieren a Michelito como reclamo para llenar plazas en Panamá, en Colombia, en Perú. El francés Michel Lagravère y la mexicana Diana Peniche, los padres del torero, no caben en sí de gozo. Él, como apoderado, contesta al teléfono con una mezcla deliciosa de francés y mexicano. Ella, empresaria taurina, hace las cuentas en una esquina del salón sin perder comba de lo que se cuece a su alrededor, saliendo al quite cuando lo considera oportuno. En la puerta hay una furgoneta aparcada con las llaves puestas y un rótulo que dice: "Michelito & Andresito. Porque los ángeles también torean". El resto del cuadro familiar lo forman los otros dos hijos de la pareja, Andresito y Margot -de nueve y seis años-, los abuelos maternos y "el tío Fari", el matador andaluz Jesús de Fariña, uno de esos toreros de buena planta y poca fortuna cuya última oportunidad sigue llamándose América.

Los niños, ya con el pijama puesto, se van a dormir. Una ronda de besos -en la que incluyen al reportero- da por terminado un día sin colegio. Anoche regresaron muy tarde de la corrida en Valladolid y han entretenido el día con juegos y deberes atrasados. Michel Lagravère coge dos latas de cerveza Sol con limón y se sienta en la puerta de su casa, al fresco. "¿No parece que estamos en cualquier pueblecito de Cádiz?". Mérida es México, pero un México muy distinto al de la sangre a borbotones y las cabezas cortadas que suelen visitar los telediarios. En este barrio obrero de casas de una planta y asfalto intermitente las puertas permanecen abiertas de la mañana a la noche, los vecinos se conocen desde niños y la brisa cercana invita a la conversación y a los recuerdos. "Yo no tuve suerte y mi hijo sí la va a tener". Michel Lagravère, nacido en un pueblecito del sur de Francia, también empezó a torear con 11 años, y a los 16 se fue a Sevilla a buscar fortuna. Mientras llegaba y no, se empleó de camarero. Tomó la alternativa en Soto del Real, pero en las hemerotecas no hay reseñas de tardes triunfales y sí de cornadas de espanto. Una de ellas lo tuvo dos años alejado de los ruedos. "Me dediqué entonces a llevar a toreros mexicanos a Francia y a España, y españoles a México. Cuando me recuperé vine aquí a torear. En 1995 maté 28 corridas en las plazas más importantes de México y en 1996 conocí a Diana en un pueblecito muy cerca de Cancún. Tres meses después ya estábamos casados y yo había roto el pasaje de vuelta...".

Hace un rato, cuando Michelito contestaba a una de las entrevistas radiofónicas, al veterano matador se le saltaron las lágrimas. Carlos Loret de Mola -al frente de uno de los noticieros con más audiencia de México- le preguntó en directo al chaval:

-¿Cuáles son tus toreros favoritos?
-Morante de la Puebla y mi papá, señor.

Michel Lagravère apura su lata de cerveza. Dice que sí, que él sabe que mucha gente considera una locura que un niño de 11 años se ponga delante de un bicho que pesa cinco veces más que él, por muy afeitados que tenga los cuernos. "Hasta mis padres, allá en Francia, piensan que estoy loco, pero si yo no viera capaz a Michelito de hacer lo que hace, no lo dejaría". El matador habla y no para de la afición innata de su hijo por el toreo. "Con dos añitos ya toreaba a la perrita. Y ten en cuenta que muchos toreros amigos, en vez de ir a un hotel, se quedaban aquí, y entrenaban en el patio, o en la calle. Como los niños son esponjas, estos cabrones agarraron lo bueno de todo el mundo. Un día, estando en una ganadería, se murió una vaca. Y tenía un becerrito chiquitito. Michelito tenía cuatro años, y Andresito, dos. A un matador español se le ocurrió que lo torearan. Yo pensé: 'En cuanto se arranque la becerra, se espantarán', pero Michelito le pegó cuatro lances y un remate, le hizo una finta como si le pusiera las banderillas y, cuando lo saqué, se puso a llorar. La gente se enteró. Yo ese año toreé 80 corridas por acá por el sur. Y los ganaderos, junto a los toros grandes, embarcaban una vaquita, una becerrita, para que toreara el niño... Así empezó y ahora ya es imposible quitarle la afición...".

Una afición que, según los números, es ya casi una profesión. La pasada temporada

-desde enero de 2008 hasta enero de 2009-, Michelito toreó en 61 festejos, a dos toros por corrida. Cortó 111 orejas, 29 rabos y consiguió que indultaran a un toro en Pachuca. Además de torear en México, viajó a Francia, Guatemala y Perú. Pero fue su decisión de encerrarse con seis novillos en Mérida la que lo lanzó definitivamente a la fama... Y a los problemas. La procuradora local intentó que la corrida no se celebrase, y sólo dio su brazo a torcer después de someter al niño a una evaluación psicológica y a una entrevista.

-¿Cómo convenciste a la procuradora?
-Le dije: "Señora, yo llevo tres meses preparándome. Se lo pedí a mi padre. Yo no soy ningún loco. Ya maté a cuatro becerros en Acho, en Perú, que es la plaza con más historia de América. La semana pasada toreé cinco vacas, y al día siguiente, otras seis. No voy a tener ningún problema. Esos toros ya están muertos. Venga usted a la corrida, señora, yo la invito".

El encierro con seis novillos en Mérida fue como la seda, pero al día siguiente, en Valladolid, Michelito fue arrollado en el primero de la tarde. El animal -de casi 200 kilos- se paseó por encima del niño, de sólo 34 kilos de peso y apenas 1,37 metros de estatura. Detrás del burladero, a cinco metros de distancia, su madre decía: "No ha sido nada, no ha sido nada...".

-¿Te asustaste?
-No.

-¿Te dio rabia?
-No.

-¿Te molestaste?
-No.

-¿Qué sentiste?
-Nada...

Diana sonríe. El reportero insiste. Michelito contesta sin esfuerzo.

Subraya sus palabras con un punteado aceptable de guitarra.

-¿Tú sabes que corres peligro?
-Corro más peligro cuando salgo de la escuela y tengo que cruzar la calle.

Con los toros, mientras uno lo haga bien y salga con pensamiento positivo, hay un 98% de posibilidades de que todo vaya bien.

-¿Y no te cansó matar a seis toros seguidos?

-Me cansé más los dos días antes de la corrida. Me estresé mucho por los antitaurinos. No sé por qué se meten. Si no les gusta, que no lo vean. Pero no lo pueden prohibir, porque hay otra mucha gente a la que sí le gusta.

-Si no logras ser torero, ¿qué te gustaría ser?
-Hay un cero punto cero punto uno por ciento de posibilidades de que yo no sea torero. En ese caso sería guitarrista de rock.

-¿Y los estudios...?
-Son importantes, porque para hacer algo hay que saber matemáticas. Te preguntan cuántos años tienes, y tú dices 11. Un número. Cuántos toros toreaste en Mérida. Seis. Otro número. Cuántas horas faltan para la próxima corrida... Todo en la vida son matemáticas.

Michelito se aburre de las preguntas. Y conduce al invitado hasta la habitación de sus padres, donde hay un ordenador conectado a Internet. El chaval enchufa una guitarra eléctrica que le regalaron en un programa de televisión en Miami y va siguiendo canciones que se bajó de la Red en formato MP3. Si no fuera por la facilidad con que Internet lleva el futuro hasta las calles sin asfaltar, Michelito parecería un héroe de otro tiempo. O es que tal vez este México que no está en las rutas de la droga ni del turismo de lujo se parece mucho a una época ya olvidada al otro lado del Atlántico. Cuando Michelito toreó en Valladolid, otros niños de su edad arrastraban cubos con refrescos por las gradas o sacaban con sus manos las vísceras de los toros descuartizados. Por eso, Michel y Diana, orgullosos padres de Michelito, abren las puertas de su casa a quien se quiera asomar al futuro de su hijo. Para ellos, el futuro de Michelito ya es mucho mejor que el presente que les rodea. Y que su propio pasado.

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