Los tres diestros recibieron en su día de manos del maestro Angel Luis Bienvenida el nombramiento de "Socio de Honor" de nuestra asociación.
Por su interés, y en homenaje a estos grandiosos y admirados maestros del toreo, difundimos estos fenomenales artículos.
31.12.2008La sonrisa del héroe
Después de haber hablado de Paco Camino y de El Viti, era obligado hacer una semblanza de Diego Puerta ya que los tres compusieron uno de los carteles más repetidos en el toreo. El éxito de la terna se debió al altísimo nivel de sus tres componentes, porque Diego Puerta tenía tanto cartel y categoría como el que más.
Su trayectoria es de las más honestas y admirables de la historia del toreo. Los toros le cogieron con una saña que estremece: más de cincuenta cornadas cicatrizaron sobre el menudo cuerpo del torero, alguna de ellas gravísima, como la que le infirió un Guardiola en Bilbao en los principios de su carrera. Le partió el hígado, y esto, que hubiera quitado del camino al más pintado, a Puerta no le amilanaba. Salía de la cama con el valor intacto, dispuesto a arrimarse más todavía. Y lo hacía tan contento, sonriendo. Nunca salió de su boca una queja y asumía con alegría lo que le tocaba padecer.
Esta actitud contrasta enormemente con el lamento quejumbroso de muchos toreros actuales que no han sufrido, ni con mucho, lo que padeció Puerta. Diego es un patrón para medir el valor: cuando se dice de un torero que es valiente, yo lo comparo con el pequeño gigante de San Bernardo, y no hay quien resista la comparación. Con mucho menos castigo por parte de los toros, muchos han tirado la toalla. Diego ha sido el Espartero del siglo XX.
El toro que le encumbró, un miura llamado Escobero, le cogió tropecientas veces, pero Diego volvía a la cara del toro con más arrojo aún, pues sabía que estaba en Sevilla en su primera Feria de Abril, y que había que triunfar a toda costa, a cualquier precio. Esta fue la tónica constante de su carrera, una lucha tenaz en un escalafón plagado de figurones del toreo, donde la supervivencia era muy difícil. Diego, superviviente nato, siempre estuvo en la primera fila, desde el principio hasta final de su carrera.
Pero no solo fue de un héroe. Puerta además fue un gran torero, mucho mejor torero de lo que después se le ha reconocido, o de lo que se dice en los libros. Su toreo alegre, del más puro estilo sevillano, fue muy apreciado. No era, desde luego, un artista tan depurado como Pepe Luis Vázquez o Pepín Martín Vázquez. Pero su presencia en el ruedo llenaba al público de alegría.
El torero más próximo a él podría ser Manolo González, un sevillano que aunaba la pinturería con el valor, la misma fórmula empleada por Puerta diez años después. González duró muy poco: tras una trayectoria meteórica se retiró muy joven. Puerta, sin embargo, estuvo dieciséis años como primera figura. Esta combinación de pinturería y valor encantó a los públicos de la época. A todos los públicos, pues Puerta tuvo el máximo cartel tanto en Sevilla y en Madrid como en el norte.
Y desde que él se marchó en 1974, no ha habido en el escalafón un diestro que haya ocupado su lugar. A partir de entonces, los toreros de aire sevillano han sido medrosos y de poco valor. Y los diestros valerosos han mostrado su valor de modo más seco y más triste. En estos últimos treinta años nadie ha aunado el pellizco y el valor. Ahora no hay un diestro paralelo a Diego Puerta. Y es una pena.
Las imágenes que han quedado de él nos muestran a un gran torero. Toreaba con el capote de un modo muy apretado que enervaba al público. Nadie ha dado unas chicuelinas tan ceñidas como él. Parecía que el toro se lo iba a llevar por delante en cada lance. Sus chicuelinas estrujantes son una provocación para todos esos toreros que se pasan el toro a un kilómetro.
Puerta llenaba la plaza de alegría. Salía entusiasmado a torear y eso llegaba mucho al público. Mientras que para otros toreros torear es un asunto duro y penoso y el público se da cuenta, Puerta salía tan contento. Puerta es la alegría en el toreo, alegría a pesar de cornadas y amarguras.
Sus detractores le acusaron de torpe, rápido y superficial. Desde luego no era un muletero de la calidad quintaesenciada de Camino o el Viti. Pero la muleta de Puerta no era mala tampoco. Lo de la torpeza es porque se arrimaba sin duelo (y muchas veces sin cabeza). Y a quien se arrima de esa forma los toros le cogen: que se lo pregunten a Benítez, a José Tomás y a algunos otros. Puerta era pequeñín y de bracitos cortos. Con este físico es imposible torear con la prestancia de Antonio Ordóñez, pero ligaba muy bien el toreo obteniendo series muy macizas y compactas. Su muleta era muy variada y su toreo de adorno y los recortes eran preciosos. Faenas vibrantes, siempre entre los pitones, con series bien ligadas y llenas de adornos de fantasía. Un toreo optimista y bonito que ahora no se ve. Y sin ser un estoqueador depurado, al toro que tenía que matar lo mataba.
La presencia de Puerta en el cartel era una garantía de éxito: con su constante entrega obligaba a los demás compañeros a arrimarse también. Era, por ejemplo, el acicate que obligaba a Paco Camino a sacar lo mejor y, además, Puerta era un hombre de palabra: cuando dijo que se retiraba, cumplió con su palabra escrupulosamente. Rara avis en la profesión, donde los toreros van y vienen, se retiran y reaparecen, desdiciéndose constantemente.
En este año de 2008 se han cumplido los cincuenta años de alternativa de Diego Puerta. Desde aquí le felicito por la efemérides y le deseo que viva muchos años y con mucha salud. Usted se lo merece, torero.
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10.12.2008Aquella muleta, aquella…
"Aquella muleta, aquella..., la mejor que hubo en Castilla, parpadeo de una estrella sobre la arena amarilla". Eso dijo el poeta Manuel Martínez Remis sobre Santiago Martín el Viti. Y yo añado: la muleta del Viti no solo ha sido la mejor que hubo en Castilla, sino una de las mejores del universo mundo a lo largo de todos los tiempos. El Viti es el gran ambidiestro. Podemos montar tres carteles imposibles: uno con las mejores manos izquierdas: Manolete, Paco Camino y el Cordobés. Otro con las mejores manos derechas: Domingo Ortega, Antonio Ordóñez y Enrique Ponce. Y un tercero con los mejores ambidiestros: Julio Aparicio, Antoñete y el Viti. Pero sobre todos el Viti.
Las faenas de El Viti eran modélicas por su perfección. Unos trasteos redondos, plenos, tersos, de una construcción impecable. En la obra de El Viti la improvisación no existía y menos la chapuza, tan habitual en toreros de mucho predicamento. Con El Viti nunca hay tirones ni figuras descompuestas.
El celuloide guarda dos trasteos de Santiago absolutamente impecables. La faena a un toro de Garzón en Carabanchel en 1968, al que cortó el rabo. Y otra faena a un toro de Lisardo Sánchez en la Feria de Abril de 1969. Faena muy superior a la tan comentada del toro de Samuel en 1966.
¿Qué vemos? Sorprende en primer lugar el trazo curvo de los muletazos. Santiago se metía los toros muy adentro, pero la ligazón era perfecta porque siempre estaba colocado en el sitio exacto. Series de muletazos hacia adentro muy largas y muy ligadas. Quizá nadie se haya metido tanto a los toros detrás de la cintura como El Viti. En segundo lugar sorprende la cadencia. Es decir, la despaciosidad. El toreo de El Viti se disfruta despacio. Y como colofón, los mejores pases de pecho que nunca se han dado: curvilíneos y rematados en el hombro contrario. Un toreo hondo, macizo, sin ninguna concesión a lo superficial.
Cuando aquél novillo en Francia le destrozó el brazo izquierdo, el Viti quedó con una lesión de por vida que le impedía extender del todo dicha extremidad. Esta limitación, al ser superada, dio lugar a un toreo muy profundo y hondo. Y hasta tal punto Santiago se identificó con este toreo, que con su mano derecha empezó a torear igual. Y fue tan bonito su toreo que otros diestros más jóvenes, como Julio Robles, asumieron este codilleo para pasarse los toros más cerca. La muleta de El Viti iba muy plana al hocico de los toros. Había mucha verdad en aquél toreo hecho siempre con la panza de la muleta. Y vuelvo a repetir: el rotundo pase de pecho rematando la serie mientras se enroscaba al toro como una pescadilla. Treinta años después de su paso por la fiesta nadie ha vuelto a torear con tanta cadencia y profundidad como Santiago Martín Sánchez. Y a su lado estaba el gran Paco Camino. Es decir: dos de los más grandiosos muleteros de la historia coincidieron en muchísimos carteles durante muchísimos años. Llegaron a torear juntos hasta 189 tardes.
El toreo en redondo de El Viti ha sido punto y aparte. Pero ahí no terminaba su grandeza: toreaba a la verónica con un empaque clásicamente belmontino, y remataba con unas medias verónicas muy mandonas y quebradas. Una media verónica de El Viti rematada en la cadera precisamente a Guapito, el toro de su alternativa, formó parte de la cabecera del NO-DO durante mucho tiempo.
El toreo accesorio con la muleta lo dominó con majeza y prestancia. El inicio de faena al toro de Lisardo en Sevilla, basado en ayudados por bajo, es muy torero. De vez en cuando daba también afarolados muy belmontinos... Porque Belmonte, es obvio, está en la base y raíz de toda la tauromaquia vitista. Existe en ambos la misma obsesión por la hondura: la estética del Viti es claramente belmontina, pero pasada por el tamiz de Manolete. Su colocación y su toreo en redondo beben de esta última fuente. Santiago es de los grandes neoclásicos del toreo. Ya saben: apostura belmontina y colocación manoletista. De esta fusión surgió uno de los toreos más hermosos de los últimos cincuenta años. Y Santiago ha sido, lo repito, uno de los grandes oficiantes.
El Viti también está emparentado con Manolete en lo que se refiere a la sobriedad, seriedad y, en general, la actitud frente al mundo. Un hombre sensato, prudente y caballeroso, alejado por completo de la jujana de las vanidades y de las frivolidades mundanas. En aquellos años Camino rodó la película "Fray Torero" y Mondeño era novicio en un convento de Dominicos, pero quien parecía salido de un convento para explicar la grandeza del toreo eterno era el Viti, que recuerda un cuadro monástico de Zurbarán. Es el San Juan de la Cruz de los toros, tal era su ascetismo y misticismo torero. Ahora mismo se hubieran dicho de él cientos de estupideces, pero afortunadamente Santiago fue torero en una época más prudente y menos propensa a la elucubración.
También tiene El Viti su parentesco con Domingo Ortega, porque aunque el proceder taurino de ambos es diferente, quietud frente a movimiento, los dos comparten un elemento: la suavidad en el traer y llevar al toro. Los dos han toreado con gran suavidad y total ausencia de enganchones. Belmonte, Ortega, Manolete, el Viti y José Tomás, o el toreo como ejercicio transcendental. Espiritualidad pura y desprecio hacia lo trivial y superficial. En eso coinciden los cinco. Tauromaquias esenciales sin elementos superfluos.
Como nada es perfecto en esta vida, el Viti también tenía alguna limitación. Y me acuerdo muy bien porque en sus últimos años de torero en activo llegué a verlo bastante. A pesar de su fama de gran estoqueador, con el estoque era eficaz, nada más. Lucía mucho más con el toro pastueño que con el toro agresivo (el caso inverso de Paco Camino). Y a veces, cuando el toro no le gustaba, abusaba de las probaturas y los muletazos de tanteo. Peccata minuta para tanta grandeza.
Ahí está su trayectoria que podríamos calificar de impecable. Durante dieciocho años fue primera figura. En las principales plazas (Madrid, Sevilla, Bilbao...) tuvo el máximo cartel y todos los toreros más jóvenes le dieron trato de maestro. Salió más veces que nadie por la Puerta Grande de Madrid, y cuando hubo que dar la cara con ganaderías duras, lo hizo y triunfó. Y, sobre todo, fue siempre honrado consigo mismo sin desviarse nunca de su camino. Ha conseguido una rara unanimidad entre todos aquellos que le vieron. Cuando en la tertulia sale el nombre de Santiago Martín el Viti, todos, tirios y troyanos, le recuerdan con admiración. Coincidencia general: la de Santiago ha sido una de las mejores muletas de la historia. Aquella muleta, aquella..., la mejor que hubo en Castilla.
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07.12.2008Ante el homenaje a Paco Camino en Valencia
Me comenta José Antonio del Moral que en Valencia y organizado por la empresa Serolo se va a celebrar próximamente un homenaje a Paco Camino. En unos tiempos en que se homenajea a cualquier impresentable, reconforta saber que alguien se acuerda del Maestro Camino. Yo, desde luego, me sumo al homenaje, al tiempo que sigo lamentando mucho la actitud de Sevilla hacia Paco Camino: En Sevilla, tan propensos a erigir estatuas, no se han acordado de levantar una en honor de Paco Camino, sin duda el mejor torero sevillano de los últimos sesenta años.
Todo el mundo conoce mi caminismo, que data de mi infancia. Uno de mis primeros recuerdos taurinos data de 1976: Camino, vestido de verde y oro, cuajando un toro colorao de Baltasar Iban en Madrid. Camino ha sido, y sigue siendo, una de mis más firmes convicciones taurinas y, cuando su toreo vuelve a cobrar vida en los vídeos, me reafirmo todavía más en mi caminismo. Todos están de acuerdo en reconocer la sapiencia y la facilidad del sevillano. Pero tenía además otra cualidad de la que apenas se ha hablado: la gracia. Todo lo hacía con una alegría y una inspiración maravillosas. Lo suyo era un juego alegre y grácil alejado por completo de los forzamientos y la cara de esfuerzo de tantos malos toreros. El toreo de Camino (y también el de El Viti, de quien en otra ocasión hablaré largo y tendido) no ha sido aún superado. Solamente dos diestros han reunido tantas cualidades como Francisco Camino Sánchez a lo largo de la historia: Joselito el Gallo y Enrique Ponce. Este es el imposible cartel de toreros clásicos que resume el siglo XX (el cartel imposible de toreros revolucionarios lo tengo muy claro: Belmonte, Manolete y el Cordobés).
Con tantas virtudes como tuvo Camino, es inaudito el desprecio de sus paisanos, cegados por toreros de mucha menor valía. A Camino solo le faltó banderillear. Él mismo se lamenta en el libro de Carlos Abella de no haber sabido poner banderillas debido, dice él, a su torpeza de piernas. Banderilleando hubiera sido completo, redondo y absoluto. Repasemos someramente la tauromaquia caminista.
Su verónica era sencilla y precisa, alejada de toda afectación. Su interpretación de la chicuelina ha sido la mejor de la historia. Sin apenas tocar al toro hacia afuera, se pasaba al toro cerquísima sin descomponer la figura. Con la muleta en la mano, iniciaba las faenas sacándose el toro a los medios con una gracia y un sabor incopiables. Nadie ha sacado a los toros fuera con tanto garbo. Las imágenes del toro de Urquijo el día de los siete toros en Madrid, y de un Torrestrella jabonero en San Sebastián, demuestran lo que digo.
Cuando había que torear en redondo, brillaba una mano izquierda extraordinaria. Nadie ha traído y llevado a los toros con tanta facilidad como Camino. Y esa izquierda solo ha tenido a lo largo del tiempo dos iguales: la de Manolete y la del Cordobés. Enganchaba muy delante y llevaba a los toros muy largos. En una palabra: toreaba. Nada de componer la figura jugando al "pasa torito", tan del gusto de los toreros "artistas". Camino los llevaba y los traía haciendo recorrer al toro trayectorias infinitas. Con la derecha Camino era bueno, pero con la izquierda era fabuloso. Y esos pases de pecho de cabo a rabo, echándose todo el toro por delante...
El final de la faena tenía tanto sabor como el inicio: molinetes, kikirikís, cambios de mano del mejor estilo sevillano... la gracia otra vez. He aquí otra gran virtud de Camino. Dominando como nadie el toreo accesorio, nunca se dejó ir por la cuesta del manierismo y detallito. Fundamentaba sus faenas en un toreo en redondo mandón y demoledor para el toro y, una vez hecho lo esencial, nos obsequiaba con refrescantes recortes llenos de alegría. Un crítico decimonónico hubiera dicho de él que maridaba a la perfección Ronda (lo esencial) con Sevilla (lo accesorio). Y hablando de Ronda es necesario ahora recordar la muy beneficiosa influencia que ejerció Antonio Ordóñez sobre Paco Camino. Ordóñez aporta a Camino dos elementos muy importantes: la profundidad y la cadencia.
Camino deslumbró desde novillero por su facilidad aunque tenía una tendencia innata hacia la rapidez y a lo superficial. Fue el ejemplo de Ordóñez, torero referencia para Camino, lo que hace que poco a poco Camino vaya toreando más despacio y con más hondura, llegando a la maestría absoluta, que se pone de manifiesto con el toro Desprendido del Jaral de la Mira durante el San Isidro de 1975. Este es de los toros que se han toreado más despacio en la historia, y es también la culminación de la carrera de Paco Camino.
Y, después de haber cuajado al toro, Paco Camino montaba la espada y surgía un volapié perfecto. Otra importante faceta de Camino en la que supera a todos los otros toreros: el estoque. Sus volapiés eran impecables. Ya expliqué en mi libro "Del paseíllo al arrastre" que Camino es el crisol donde se fundieron las dos grandes escuelas de estoqueadores que habían existido hasta entonces. Por un lado estaban los matadores eficientes (Fortuna, Zurito, Cagancho, Rafael Ortega), y por otro los matadores arriesgados (Varelito, Villalta, Agüero, Manolete). Los primeros buscaban esencialmente la eficacia y echaban la muleta al hocico del toro muy pronto para que descubriera la muerte cuanto antes. Hundían el estoque en el morrillo antes de que el toro llegara a su jurisdicción. Los segundos apenas hacían uso de la muleta. Hundían el estoque con el peso de su propio cuerpo en un cruce espeluznante que a Agüero le costó una pierna y a Manolete la vida.
Camino funde los dos conceptos y los supera. Expone lo máximo, pero no hasta el punto de que la suerte resulte sucia en un amasijo con el toro. Saca la muleta lo justo para que humille el toro y el embroque se produzca con limpieza, pero no lo exagera. Así surge la suerte arriesgada, limpia y perfecta. Y encima mataba muy despacio. Se veía el estoque hundirse centímetro a centímetro. Parecía que los toros no tenían hueso, que eran de mantequilla. Y es que, además, Camino ha tenido un valor descomunal. Para matar así hay que tener un valor espartano. Este modo de matar se ha ido con él. Ahora los que pasan por buenos estoqueadores matan muy deprisa y sin recrearse en la suerte. No llegan a Camino, ni a ninguno de los antes citados, ni al lazo de las zapatillas.
Dicen que Camino era un abúlico y que con tan espléndidas cualidades fue la mitad de lo que debió ser. Si lo pensamos bien, este es el mayor de los halagos que se le hacen, pues hasta sus detractores le reconocen unas cualidades excepcionales.
Me parece evidente que, desde que se marchó Camino, solo hay un diestro comparable a él: Enrique Ponce. Ponce mata mal, he aquí su gran cruz. Pero en versatilidad con la muleta y en conocimiento del toro supera el valenciano al maestro de Camas, lo que ya es decir, porque Camino era más listo que los ratones coloraos. Eso sí, cuando ha salido un toro malo, nadie lo ha cuajado como Enrique Ponce. ¡Lástima esa espada de hojalata!
Cuando repasamos la trayectoria de Camino nos quedamos asombrados. Casi nadie en el toreo (solo Gallito y Ponce), tiene una hoja de servicios parecida a la de Camino: catorce Puertas Grandes en Madrid, la gesta de la Beneficencia de 1970 y bellísimas faenas para el recuerdo: la del Galache de San Isidro de 1963 (Camino dice que es el mejor toro que ha toreado con la mano izquierda); Serranito de Pablo Romero en el San Isidro de 1971; las faenas ya comentadas de los San Isidros de 1975 y 76... He citado solo Madrid, pero en Valencia y en todo el norte dejó durante años faenas maravillosas. Y lo de Méjico fue la locura. Allí fue Capitán General y quizá haya sido el torero español que más ha influido en la tauromaquia mejicana.
Aquí está el torero y su obra, admirémosla y que sirva de ejemplo a las futuras generaciones. José Antonio del Moral y un servidor nos sumamos al homenaje de Valencia.
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