Por Pedro Javier Cáceres
El “toreo” no se ha despojado del luto que abrochó el año pasado las muertes del empresario, apoderado y ganadero, J.L. Martín Berrocal y del ex_presidente de la Plaza de Las Ventas, D. Luis Torrente, asiendo, por los estragos de la parca, los balbuceos de este 2009 (matizados “catafalco y azabache” para guardar respeto ante la muerte de un estandarte de los toreros que fecundan la base de la afición: D. Canuto, santo y seña del toreo cómico.
O así debería haber sido. Pero fue que no.
Desde la romería farandulera que fue el entierro de Berrocal, al sentido funeral familiar, y poco más, de D. Canuto, y la lógica inhumación en “la más estricta intimidad” del Comisario Torrente.
El “toreo” no ha estado, ni siquiera, de “alivioluto”. Principalmente en el caso del genial Ángel Villaverde (D. Canuto).
Concedamos el beneficio de la duda: la “familia taurina” pudo estar, o al menos ser esperada, en el adiós del ex-empresario de Madrid que suprimió por “sus pelés” el burladero del “7” (donde unos y otros, arriba y abajo, conspiraban contra el toro — y se sigue haciendo-) y engullida por una maraña mixta de carroñeros y famosillos buscando fotos y “la foto” de una de las viudas y una de los cinco hijos; la “famosa”. Un espectáculo entre el “aquelarre” rosa y ….en el que no dejaron espacio a la discreción de la parte familiar de mayor antigüedad de alternativa y enraizamiento taurino.
Un todoterreno del espectáculo, carismático y variopinto, con personalidad acusada, algo más que el padre de Viki, corista de atrezzo del colorín y el mira quien baila.
Está claro que en el del comisario tampoco se pintaba mucho, si acaso la mona, como suelen hacer los representantes del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, que torpemente disciernen entre un homenaje a Pío, una gala de las Majas de Goya, o el pésame a una familia desconocida mientras estos se inquieren gestualmente ¡este quien es!.
D.Canuto fue enterrado el sábado en Catarroja (Valencia) con todos los honores de hombre grande por parte de familiares y amigos. Entrañable. Pero faltaba el toreo, el de verdad, y el del “pegolete”: los políticos y politiquillos, que especialmente en Madrid y Valencia “juegan al toro en la intimidad” como el ex_jefe hablaba catalán.
D. Canuto ha sido uno de los grandes del toreo cómico. Un espectáculo, no ha mucho —como hoy las corridas de rejones- salvavidas de multitud de ferias y flotador de náufragos empresarios con sus robustas taquillas y sus gastos menguados, y que hoy tan despreciado injustamente está por este sistema oligárquico y déspota de la tauromaquia actual, con un stablishmen, en el puesto de mando, del sistema, tan insensible y globalizado (donde una toga bien promocionada puede ser más importante que un “chispeante”) que por solo mirarse al ombligo tiene dificultades para erguir la cabeza y mirar hacia delante con altura de miras, y atrás, más que con generosidad, como ejemplo a seguir su senda.
Esos grandes empresarios, esas figuras del toreo, esos ganaderos pomposos, esos periodistas de élite y de “cosa nostra”, a penas han echado cuentas, poco contritos, ante la muerte de uno de los “últimos mohicanos” supervivientes de la época de oro del toreo cómico: Ángel Villaverde, Don Canuto, que, tan sólo con la grandeza de una figura de época como Enrique Ponce y el cariño leal de los medios impresos valencianos —madrileño él- ,hizo el pasado sábado su último paseíllo con el mejor de los vestidos de su fondo de armario de torero…de “risa y oro”, con el que medio mundo, mundial, vibró en sesiones de mañana, tarde, noche, incluso madrugada iniciándose en su más tierna infancia en la cultura de la tauromaquia, cuando esta se enseñaba, se asimilaba y (si había valor en el niño) se iniciaba, profesionalmente, desde abajo, con base y con cimientos.
De tal guisa se construyó el edificio más sólido que haya tenido el toreo en su historia y que, por ello, no es casualidad que coincida la edad de oro del toreo con la edad de oro del toreo cómico, dado que ambas (edades de “oro”) no se instalan en el tópico de los precursores: Gallito, Belmonte y Llapisera, y sí en la bastísima nómina de grandiosas figuras ensamblándose y relevándose entre los 50 y los 80.
O así debería haber sido. Pero fue que no.
Desde la romería farandulera que fue el entierro de Berrocal, al sentido funeral familiar, y poco más, de D. Canuto, y la lógica inhumación en “la más estricta intimidad” del Comisario Torrente.
El “toreo” no ha estado, ni siquiera, de “alivioluto”. Principalmente en el caso del genial Ángel Villaverde (D. Canuto).
Concedamos el beneficio de la duda: la “familia taurina” pudo estar, o al menos ser esperada, en el adiós del ex-empresario de Madrid que suprimió por “sus pelés” el burladero del “7” (donde unos y otros, arriba y abajo, conspiraban contra el toro — y se sigue haciendo-) y engullida por una maraña mixta de carroñeros y famosillos buscando fotos y “la foto” de una de las viudas y una de los cinco hijos; la “famosa”. Un espectáculo entre el “aquelarre” rosa y ….en el que no dejaron espacio a la discreción de la parte familiar de mayor antigüedad de alternativa y enraizamiento taurino.
Un todoterreno del espectáculo, carismático y variopinto, con personalidad acusada, algo más que el padre de Viki, corista de atrezzo del colorín y el mira quien baila.
Está claro que en el del comisario tampoco se pintaba mucho, si acaso la mona, como suelen hacer los representantes del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, que torpemente disciernen entre un homenaje a Pío, una gala de las Majas de Goya, o el pésame a una familia desconocida mientras estos se inquieren gestualmente ¡este quien es!.
D.Canuto fue enterrado el sábado en Catarroja (Valencia) con todos los honores de hombre grande por parte de familiares y amigos. Entrañable. Pero faltaba el toreo, el de verdad, y el del “pegolete”: los políticos y politiquillos, que especialmente en Madrid y Valencia “juegan al toro en la intimidad” como el ex_jefe hablaba catalán.
D. Canuto ha sido uno de los grandes del toreo cómico. Un espectáculo, no ha mucho —como hoy las corridas de rejones- salvavidas de multitud de ferias y flotador de náufragos empresarios con sus robustas taquillas y sus gastos menguados, y que hoy tan despreciado injustamente está por este sistema oligárquico y déspota de la tauromaquia actual, con un stablishmen, en el puesto de mando, del sistema, tan insensible y globalizado (donde una toga bien promocionada puede ser más importante que un “chispeante”) que por solo mirarse al ombligo tiene dificultades para erguir la cabeza y mirar hacia delante con altura de miras, y atrás, más que con generosidad, como ejemplo a seguir su senda.
Esos grandes empresarios, esas figuras del toreo, esos ganaderos pomposos, esos periodistas de élite y de “cosa nostra”, a penas han echado cuentas, poco contritos, ante la muerte de uno de los “últimos mohicanos” supervivientes de la época de oro del toreo cómico: Ángel Villaverde, Don Canuto, que, tan sólo con la grandeza de una figura de época como Enrique Ponce y el cariño leal de los medios impresos valencianos —madrileño él- ,hizo el pasado sábado su último paseíllo con el mejor de los vestidos de su fondo de armario de torero…de “risa y oro”, con el que medio mundo, mundial, vibró en sesiones de mañana, tarde, noche, incluso madrugada iniciándose en su más tierna infancia en la cultura de la tauromaquia, cuando esta se enseñaba, se asimilaba y (si había valor en el niño) se iniciaba, profesionalmente, desde abajo, con base y con cimientos.
De tal guisa se construyó el edificio más sólido que haya tenido el toreo en su historia y que, por ello, no es casualidad que coincida la edad de oro del toreo con la edad de oro del toreo cómico, dado que ambas (edades de “oro”) no se instalan en el tópico de los precursores: Gallito, Belmonte y Llapisera, y sí en la bastísima nómina de grandiosas figuras ensamblándose y relevándose entre los 50 y los 80.
Toreros que tuvieron su aprendizaje en pubertad;
creciendo paralelamente, de forma generacional, con sus posteriores legiones de aficionados y admiradores que los hicieron ídolos, y algo más que héroes literarios, de la mano, docente y pedagógica, de gentes que sacrificaron el oropel de la lentejuela para servir a la fiesta, promoverla y divulgarla desde la base : los niños.
Toreros cómicos, en que El Bombero, Arévalo y D. Canuto era la terna garante del “no hay billetes” de la función puntual y de las VENIDERAS: ya con el toro de cinco y el torero de veinticinco, y el aficionado con su mayoría de edad.
Ha muerto D. Canuto,¡torero! , hijo del cuerpo y germen de torerías.
¡Un respeto!
A Paco Villaverde y Juan Mora en representación de los deudos.
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