ABC - IGNACIO RUIZ QUINTANO
Con la primavera le brota al español la milenaria afición del toro en plaza, pero con los carteles anunciados de la feria de San Isidro se le quitan al madrileño las ganas de ir a las Ventas. ¿Qué dirá la reventa? ¿Qué diría el Gordo de Badajoz, si viviera? Ya estoy viendo la pancarta ágrafa de «¡Que verguenza!» -sin tildes ni diéresis, que en una pancarta siempre son una mariconada- en el Siete. Si por «vergüenza torera» -léase marketing- los toreros han devuelto medallas al Ministerio, por vergüenza torera -léase «a mí no me toma el pelo nadie»- los abonados podrían devolver abonos a la empresa. Con semejantes taurinos, ¿para qué quiere la Fiesta antitaurinos? Y es que la feria parece hecha por Vicent en una tarde de «spleen» en el Gijón. «Diosito se cae del cartel», ha dicho divinamente David Gistau, pues lo dice como con el lenguaje poderoso -el poder del humor y la masculinidad- de Jorge Riestra en «El taco de ébano». Con cuatro millones de parados chapoteando en el lodo del zapaterismo primordial, la consigna empresarial parece ser el ahorro, que es lo contrario del gasto. El gasto en fiesta, como han demostrado los antropólogos, sirve para liberar un movimiento de soberanía: con él uno desea ir contra el papel de esclavo y acceder durante un breve momento a la posición del señor. Si este folio diera más de sí, contaríamos cómo Tierno, que fue alcalde, ponderaba el sereno señorío en los toros. Por cierto, ¿qué fue primero en Madrid, el señorito que se metía con los serenos o el sereno que se metía con los señoritos? El caso es que este año se han ahorrado la bolsa de Ponce, que se ha quedado a la Luna de Valencia, y la del Cid, que tenía la ilusión, el hombre, de lidiar en solitario con el «tsumani» de los seis victorinos. Con ese dinero y unos toros de Costig con cuernos de lira, los políticos querrán salvar la temporada organizando en junio una gala «emo» a beneficio de los parados, como en tiempos de Pedro Rico.
Con la primavera le brota al español la milenaria afición del toro en plaza, pero con los carteles anunciados de la feria de San Isidro se le quitan al madrileño las ganas de ir a las Ventas. ¿Qué dirá la reventa? ¿Qué diría el Gordo de Badajoz, si viviera? Ya estoy viendo la pancarta ágrafa de «¡Que verguenza!» -sin tildes ni diéresis, que en una pancarta siempre son una mariconada- en el Siete. Si por «vergüenza torera» -léase marketing- los toreros han devuelto medallas al Ministerio, por vergüenza torera -léase «a mí no me toma el pelo nadie»- los abonados podrían devolver abonos a la empresa. Con semejantes taurinos, ¿para qué quiere la Fiesta antitaurinos? Y es que la feria parece hecha por Vicent en una tarde de «spleen» en el Gijón. «Diosito se cae del cartel», ha dicho divinamente David Gistau, pues lo dice como con el lenguaje poderoso -el poder del humor y la masculinidad- de Jorge Riestra en «El taco de ébano». Con cuatro millones de parados chapoteando en el lodo del zapaterismo primordial, la consigna empresarial parece ser el ahorro, que es lo contrario del gasto. El gasto en fiesta, como han demostrado los antropólogos, sirve para liberar un movimiento de soberanía: con él uno desea ir contra el papel de esclavo y acceder durante un breve momento a la posición del señor. Si este folio diera más de sí, contaríamos cómo Tierno, que fue alcalde, ponderaba el sereno señorío en los toros. Por cierto, ¿qué fue primero en Madrid, el señorito que se metía con los serenos o el sereno que se metía con los señoritos? El caso es que este año se han ahorrado la bolsa de Ponce, que se ha quedado a la Luna de Valencia, y la del Cid, que tenía la ilusión, el hombre, de lidiar en solitario con el «tsumani» de los seis victorinos. Con ese dinero y unos toros de Costig con cuernos de lira, los políticos querrán salvar la temporada organizando en junio una gala «emo» a beneficio de los parados, como en tiempos de Pedro Rico.
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